¿Puedes certificar de memorioso al gato escaldado que huye hasta del agua fría? No, sino que es un gato miedoso. La escaldadura le ha entrado en la memoria. La memoria no recuerda el miedo. Se ha transformado en miedo ella misma. (Bastos, Augusto Roa, Yo, El Supremo Capitulo 2)
Dentro de la lucha por nuestros derechos como seres humanos
hemos caído en la trampa tendida por los sistemas de explotación impuestos
desde la invasión.
Hoy en día se manifiesta en rogar a los estados permitir
entrar, vivir, y convivir en áreas geográficas determinadas a los pobladores
originales. Nuestra memoria ancestral, nuestro Tezcatlipoca, ha sido escaldada
en las hogueras de la inquisición que convirtieron el fuego sagrado en castigo
para memorizar el miedo en las conciencias.
El fuego paso de ser el aliado que
calentaba nuestra comida y nos abrigaba en las noches frías, al instrumento
infernal de los sacerdotes inquisidores y los perros rabiosos de Hernán Cortes.
El fuego ceremonial lo transformaron en quemador de cuerpos humanos colgados de
vigas ardiendo sobre leña verde para que achicharrare más fuerte aquellos
herejes y así escaldar en nues-tra memoria la Biblia y la cruz como la
salvación de nuestra vida, nuestra familia, nuestra sociedad.
Hay de aquel rebelde que ose desafiar las órdenes del rey y
sus obispos. Hay de aquel que ose caminar por el camino real sin el permiso del
encomendado o el hacendado. Hay de aquel que intente cruzar las fronteras
impuestas que demarcan la invasión de los reinados europeos sin el pasaporte
inventado por órdenes del rey de España, Inglaterra, Francia, o Portugal. Hay
de aquel que ose entrar sin permiso a Estados Unidos, México, Guatemala,
Canada, o cualquier país colonial.
Al ver sus soldados, sus agentes aduanales,
sus jueces, nuestra memoria tergiversada vuelve a la que-madura de los pies de
Cuauhtémoc. Vuelve a los doce cuerpos aborígenes colgados y calcinados
representando doce apóstoles. Castigados a muerte en hogueras ardientes por no
aceptar las órde-nes del obispo, el sacerdote, o el presidente en turno. Hay de
aquel que se le olvide la memoria del miedo convertida en terror generacional.
Aquel que supere el miedo sera nuevamente torturado de-trás de las rejas de la
inquisición para que recuerde el miedo, y así borrar nuestra memoria
ancestral.
Nuestra lucha no es solo por un salario de $15 dólares la
hora, o una reforma migratoria. No, nuestra lucha es por recuperar la memoria.
Vivimos por instintos programados de la misma manera que programan un perro, un
elefante, un caballo. Nos programan desde las caricaturas, las escuelas, las
filosofías, la política de derecha o de izquierda. La memoria verdadera está en
el espejo humeante, nuestro Tezcatlipoca. Nuestra memoria está en cada mata de
maíz, de frijol, de papas, de calabaza.
Nuestra memoria está en recordar que
sin honrar a Nuestra Madre Tierra nos quedaremos sin viento, sin agua, sin
aire, sin nada. Nuestra memoria está en estar conscientes que los estados
coloniales son impuestos.
Que las
fronteras son prisiones, no son demarcaciones patrióticas ni ju-ramentos a los
gobiernos extranjeros en turno que siguen y seguirán siendo en cualquier país
de este continente simple y sencillamente administradores coloniales sobre los
pueblos originales in-vadidos.
¿Memoria, cual memoria, la memoria del gato escaldado? No.
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